El día 13 de enero de
1917, hace ya 94 años, Casa Herreros abrió sus puertas al público. En
1987 cerró sus puertas para siempre. Fueron 70 años al servicio del
público de Albacete y su provincia, incluso de provincias limítrofes.
Esta es su historia, relatada por Antonio Herreros Bisquert, uno de los
hijos del fundador, y publicada en el suplemento “La Tribuna Dominical”
de 19 de enero de 1997.
El comienzo
Corría el año 1910
cuando se publicó un anuncio en un periódico de la época que decía así:
“Giménez y Dalmau tienen el honor de invitar al público a visitar su
nuevo establecimiento en la calle Mayor 25, donde encontrará comestibles
a precios sumamente económicos”.
Exactamente unos siete
años después, Juan Herreros Navarro, a su regreso de América, compraba
dicho establecimiento a los mencionados señores, pasándose a llamar
“Casa Herreros, antigua tienda La Pajarita”.
Una tienda modernista y moderna
La tienda original era
acorde con los tiempos, un tanto rústica y típica de barrio. El nuevo
propietario, portador de ideas innovadoras traídas del nuevo mundo,
decidió darle otro aspecto. Un aspecto de gran comercio de Ultramarinos
finos.
El estilo Modernista,
imperante en la época, se reflejó en todo su esplendor en su interior,
totalmente remozado. Todo era nuevo. Anaqueles y cajonerías de madera de
pino de Oregón, durísima y resistente. Rótulos de los artículos en
porcelana. Techos con relieves floreados. Grandes rótulos de cristal
pintados con anuncios de los artículos más famosos de la época,
cubriendo las vigas del techo y las paredes situadas encima de los
escaparates. Así decían algunos de ellos: “Las galletas Olivet son las
mejores”, “Anís Lorito”, Cognac Giménez Lamothe”, Gran Kola Oriental”,
“Anís Maura” y algunas otras marcas que todavía perduran.
Una gran innovación fue
la instalación de una cámara frigorífica expositora en la parte del
mostrador de la sección de charcutería, con doble cristal desde el
mostrador hasta el rodapié, visualizándose de esta manera todos los
fiambres desde cualquier rincón del establecimiento. Para montar esta
cámara frigorífica tuvo que venir un ingeniero alemán, residente en
Cieza, que se llamaba Bernardo H. Brunton, siendo la maquinaria
americana. Así rezaba el rótulo metálico que colocó dicho ingeniero
junto con una placa con su nombre: “Cooled by frigidaire Electric
refrigerating System, Product of General Motors, Frigidaire Corporation
Dayton Ohio U.S.A.”.
La pared de la sección de charcutería estaba toda cubierta con mármol
gris de Carrara y a lo largo de esta pared había tres barras de bronce
de sección cuadrada junto con sus ganchos metálicos para colgar jamones y
embutidos.
La trastienda
En la amplia trastienda
se ubicaban cuatro almacenes y una cueva. En el primero, según se
entraba, había otro armario frigorífico, lo suficientemente grande para
contener en su interior unas tres o cuatro canales de cerdo, pues
también se hacía la matanza diaria de cerdos. Los productos derivados de
ella eran elaborados por dos charcuteros de Candelario, empleados en la
casa, que elaboraban la salchichilla y los chicharrones como nadie.
Alguien habrá que todavía recuerde estos productos...
En otro cuarto de la
trastienda estaban las “zafras”, enormes depósitos de chapa que llegaban
casi hasta el techo, colocados en unos altillos de obra con una ranura
en medio lo suficientemente nacha para introducir una lata con ascuas de
carbón vegetal para calentar el aceite y diluirlo, pues el frío era tan
intenso que blanqueaba y espesaba el aceite hasta el punto de que
apenas salía por el gran grifo metálico que tenían dichos depósitos.
¡Cuántas mañanas tempraneras, antes de la apertura de los comercios, a
las nueve de la mañana, me hacían ir a casa a por las ascuas ya
preparadas! Con mis manos, llenas de “sabañones”, iba volteando la lata
para que las ascuas no se apagaran y, al mismo tiempo, y casi a la
carrera por el intenso frío, contemplaba los enormes y puntiagudos
chuzos de hielo que colgaban de las tejas de la Posada del Rosario.
Dicen que recordar es volver a vivir. Es posible pero yo, ¡no quisiera
volver a vivir aquellos inviernos!
El transporte del aceite
El aceite lo mandaban a
la tienda desde el almacén en un carro tirado por una mula. Al llegar a
la esquina de la farmacia de la calle Mayor lo “aparcaban” atándole las
patas delanteras al animal para evitar cualquier arranque inesperado.
Desde allí, entre dos personas expertas en el porteo, llevaban a hombros
el aceite en “pellejos” o recipientes de pieles curtidas, tarea harto
difícil por lo resbaladizo del suelo helado hasta que llegaban a los
depósitos. Por una escalerilla ya preparada subía el porteador y el
acompañante, con un certero y rápido estirón, quitaba la cuerda de la
boca de la piel y con mucha habilidad empujaba la piel hacia arriba para
verter el aceite dentro del depósito. Así hasta diez o quince pellejos,
¿quién lo haría ahora?
El sótano
El sótano o cueva,
hecho al viejo estilo de las cuevas con techo abovedado, mantenía
siempre prácticamente la misma temperatura en invierno y en verano. Por
ello era el lugar idóneo para conservar los embutidos y, sobre todo,
para la lenta maduración natural de los quesos manchegos artesanales de
leche de oveja. Algún día hablaré de los quesos de antaño, de cuándo se
recogían, de cuándo se seleccionaban para su maduración durante meses,
su proceso de conservación en frigoríficos... Merece la pena recordarlo y
algún día lo haré.
Un comercio distinguido
El giro que tomó la
tienda con mi padre, el nuevo propietario, con su configuración
Modernista en su decoración y con los últimos adelantos técnicos hizo de
ella un punto de referencia en el comercio de Ultramarinos para todas
las clases sociales. Casa Herreros era el centro neurálgico y centro de
encuentro en la céntrica y comercial calle Mayor de albacete.
Las afamadas especias
Otro acierto de Casa
Herreros fue la importación y preparación de especias. Por aquellos años
era una costumbre muy arraigada la “matanza o mataero”, cosa casi
obligada en todas las casas y más en las aldeas y pueblos.
Como entonces se
empleaban especias de baja calidad, se hizo una nueva innovación en Casa
Herreros, incrementándose más su fama. Se decidió traer especias
importándolas directamente desde su origen, en rama o en grano, sin
moler. Se recibían fardos de cañas de canela de Ceylán, sacos de
ochenta kilos cosidos a mano de pimienta de Singapoore, clavo de
Zanzíbar, etc.
El proceso de la
molienda, casi artesanal, se realizaba en una vieja máquina de picar
carne a la que se el acopló un motor eléctrico, además de unas placas
casi caseras ranuradas y que funcionaban por fricción, acercándolas unas
a otras mediante un ingenioso dispositivo de tornillo con una palomilla
que actuaba de regulador, acercándolas o separándolas.
Todas estas
manipulaciones del molido de las especias se hacían en la trastienda,
delante del cliente, por lo general amigo. Fue tal la fama de Casa
Herreros que los compradores de especias y de tripas de ternera para
embutidos (importadas estas últimas de Chicago y de Argentina)
procedíande casi todos los pueblos y aldeas de la provincia e, incluso,
de la cercana Cuenca. Por ello se servían otras especias usadas en esta
provincia como el cilantro y la alcaravea.
Unas puntualizaciones
Hablando de la matanza,
viene a colación hacer unas precisiones con respecto al artículo de
Leonardo Garrido titulado “El mataero”, publicado en la Tribuna de
Albacete, donde se indica: “Casa Herreros. Las mejores espeias y tripas
para matanzas” (hasta aquí exacto) “Alquiler de máquinas y mesas. Se
contratan matachines...” Esto es totalmente inexacto. La utilización de
mesas, máquinas de picar carne, de picar cebolla y el embutidor se
cedían gratuitamente, por cortesía de la casa. Incluso se llevaban y se
recogían a domicilio sin cargo alguno. Bien que lo sé por las muchas
veces que tenía que llevarlas en la carretilla cuando empecé a trabajar
en la tienda, muy joven. Qué mal lo pasaba cuando, por el excesivo peso y
por el continuo rebote de la rueda de hierro sobre los duros adoquines,
se venía al suelo todo. Con respecto a los matarifes, era cuestión
particular de los clientes. Las calderas se alquilaban directamente a
los caldereros de la calle del Tinte. Las mesas, en fin, estaban
desgastadas y renegridas por las llamas de los espartos y por el
despiece del animal. Por último, cabe precisar que el producto local del
la matanza, las “guarras”, nunca han llevado ni cominos ni orégano.
El “gorrinete” del escaparates
Un peculiar y singular
reclamo del escaparate de las especias, en tiempo de matanza, era el
famoso gorrinete de cartón piedra. Cada año, desde mi infancia, este
adorno especial aparecía indicando el comienzo de la época de la matanza
del cerdo que extendía su reinado hasta las Navidades.
Quien pasee por la
calle Mayor y peine canas recordará, sin duda, aquella vieja y
entrañable tienda que cerró sus puertas hace tanto tiempo, Casa
Herreros, antigua tienda La Pajarita. La última tienda de estilo
Modernista. Hoy desaparecida.
Antonio Herreros Bisquert