miércoles, 10 de abril de 2013

ASÍ NACIÓ CASA HERREROS

El día 13 de enero de 1917, hace ya 94 años, Casa Herreros abrió sus puertas al público. En 1987 cerró sus puertas para siempre. Fueron 70 años al servicio del público de Albacete y su provincia, incluso de provincias limítrofes. Esta es su historia, relatada por Antonio Herreros Bisquert, uno de los hijos del fundador, y publicada en el suplemento “La Tribuna Dominical” de 19 de enero de 1997.
El comienzo
Corría el año 1910 cuando se publicó un anuncio en un periódico de la época que decía así: “Giménez y Dalmau tienen el honor de invitar al público a visitar su nuevo establecimiento en la calle Mayor 25, donde encontrará comestibles a precios sumamente económicos”.
Exactamente unos siete años después, Juan Herreros Navarro, a su regreso de América, compraba dicho establecimiento a los mencionados señores, pasándose a llamar “Casa Herreros, antigua tienda La Pajarita”.
Una tienda modernista y moderna
La tienda original era acorde con los tiempos, un tanto rústica y típica de barrio. El nuevo propietario, portador de ideas innovadoras traídas del nuevo mundo, decidió darle otro aspecto. Un aspecto de gran comercio de Ultramarinos finos.
El estilo Modernista, imperante en la época, se reflejó en todo su esplendor en su interior, totalmente remozado. Todo era nuevo. Anaqueles y cajonerías de madera de pino de Oregón, durísima y resistente. Rótulos de los artículos en porcelana. Techos con relieves floreados. Grandes rótulos de cristal pintados con anuncios de los artículos más famosos de la época, cubriendo las vigas del techo y las paredes situadas encima de los escaparates. Así decían algunos de ellos: “Las galletas Olivet son las mejores”, “Anís Lorito”, Cognac Giménez Lamothe”, Gran Kola Oriental”, “Anís Maura” y algunas otras marcas que todavía perduran.
Una gran innovación fue la instalación de una cámara frigorífica expositora en la parte del mostrador de la sección de charcutería, con doble cristal desde el mostrador hasta el rodapié, visualizándose de esta manera todos los fiambres desde cualquier rincón del establecimiento. Para montar esta cámara frigorífica tuvo que venir un ingeniero alemán, residente en Cieza, que se llamaba Bernardo H. Brunton, siendo la maquinaria americana. Así rezaba el rótulo metálico que colocó dicho ingeniero junto con una placa con su nombre: “Cooled by frigidaire Electric refrigerating System, Product of General Motors, Frigidaire Corporation Dayton Ohio U.S.A.”.
La pared de la sección de charcutería estaba toda cubierta con mármol gris de Carrara y a lo largo de esta pared había tres barras de bronce de sección cuadrada junto con sus ganchos metálicos para colgar jamones y embutidos.
 La trastienda
En la amplia trastienda se ubicaban cuatro almacenes y una cueva. En el primero, según se entraba, había otro armario frigorífico, lo suficientemente grande para contener en su interior unas tres o cuatro canales de cerdo, pues también se hacía la matanza diaria de cerdos. Los productos derivados de ella eran elaborados por dos charcuteros de Candelario, empleados en la casa, que elaboraban la salchichilla y los chicharrones como nadie. Alguien habrá que todavía recuerde estos productos...
En otro cuarto de la trastienda estaban las “zafras”, enormes depósitos de chapa que llegaban casi hasta el techo, colocados en unos altillos de obra con una ranura en medio lo suficientemente nacha para introducir una lata con ascuas de carbón vegetal para calentar el aceite y diluirlo, pues el frío era tan intenso que blanqueaba y espesaba el aceite hasta el punto de que apenas salía por el gran grifo metálico que tenían dichos depósitos. ¡Cuántas mañanas tempraneras, antes de la apertura de los comercios, a las nueve de la mañana, me hacían ir a casa a por las ascuas ya preparadas! Con mis manos, llenas de “sabañones”, iba volteando la lata para que las ascuas no se apagaran y, al mismo tiempo, y casi a la carrera por el intenso frío, contemplaba los enormes y puntiagudos chuzos de hielo que colgaban de las tejas de la Posada del Rosario. Dicen que recordar es volver a vivir. Es posible pero yo, ¡no quisiera volver a vivir aquellos inviernos!
El transporte del aceite
El aceite lo mandaban a la tienda desde el almacén en un carro tirado por una mula. Al llegar a la esquina de la farmacia de la calle Mayor lo “aparcaban” atándole las patas delanteras al animal para evitar cualquier arranque inesperado. Desde allí, entre dos personas expertas en el porteo, llevaban a hombros el aceite en “pellejos” o recipientes de pieles curtidas, tarea harto difícil por lo resbaladizo del suelo helado hasta que llegaban a los depósitos. Por una escalerilla ya preparada subía el porteador y el acompañante, con un certero y rápido estirón, quitaba la cuerda de la boca de la piel y con mucha habilidad empujaba la piel hacia arriba para verter el aceite dentro del depósito. Así hasta diez o quince pellejos, ¿quién lo haría ahora?
El sótano
El sótano o cueva, hecho al viejo estilo de las cuevas con techo abovedado, mantenía siempre prácticamente la misma temperatura en invierno y en verano. Por ello era el lugar idóneo para conservar los embutidos y, sobre todo, para la lenta maduración natural de los quesos manchegos artesanales de leche de oveja. Algún día hablaré de los quesos de antaño, de cuándo se recogían, de cuándo se seleccionaban para su maduración durante meses, su proceso de conservación en frigoríficos... Merece la pena recordarlo y algún día lo haré.
Un comercio distinguido
El giro que tomó la tienda con mi padre, el nuevo propietario, con su configuración Modernista en su decoración y con los últimos adelantos técnicos hizo de ella un punto de referencia en el comercio de Ultramarinos para todas las clases sociales. Casa Herreros era el centro neurálgico y centro de encuentro en la céntrica y comercial calle Mayor de albacete.
Las afamadas especias
Otro acierto de Casa Herreros fue la importación y preparación de especias. Por aquellos años era una costumbre muy arraigada la “matanza o mataero”, cosa casi obligada en todas las casas y más en las aldeas y pueblos.
Como entonces se empleaban especias de baja calidad, se hizo una nueva innovación en Casa Herreros, incrementándose más su fama. Se decidió traer especias importándolas directamente desde su origen, en rama o en grano, sin moler. Se recibían fardos de cañas de canela de Ceylán, sacos de ochenta kilos cosidos a mano de pimienta de Singapoore, clavo de Zanzíbar, etc.
El proceso de la molienda, casi artesanal, se realizaba en una vieja máquina de picar carne a la que se el acopló un motor eléctrico, además de unas placas casi caseras ranuradas y que funcionaban por fricción, acercándolas unas a otras mediante un ingenioso dispositivo de tornillo con una palomilla que actuaba de regulador, acercándolas o separándolas.
Todas estas manipulaciones del molido de las especias se hacían en la trastienda, delante del cliente, por lo general amigo. Fue tal la fama de Casa Herreros que los compradores de especias y de tripas de ternera para embutidos (importadas estas últimas de Chicago y de Argentina) procedíande casi todos los pueblos y aldeas de la provincia e, incluso, de la cercana Cuenca. Por ello se servían otras especias usadas en esta provincia como el cilantro y la alcaravea.
Unas puntualizaciones
Hablando de la matanza, viene a colación hacer unas precisiones con respecto al artículo de Leonardo Garrido titulado “El mataero”, publicado en la Tribuna de Albacete, donde se indica: “Casa Herreros. Las mejores espeias y tripas para matanzas” (hasta aquí exacto) “Alquiler de máquinas y mesas. Se contratan matachines...” Esto es totalmente inexacto. La utilización de mesas, máquinas de picar carne, de picar cebolla y el embutidor se cedían gratuitamente, por cortesía de la casa. Incluso se llevaban y se recogían a domicilio sin cargo alguno. Bien que lo sé por las muchas veces que tenía que llevarlas en la carretilla cuando empecé a trabajar en la tienda, muy joven. Qué mal lo pasaba cuando, por el excesivo peso y por el continuo rebote de la rueda de hierro sobre los duros adoquines, se venía al suelo todo. Con respecto a los matarifes, era cuestión particular de los clientes. Las calderas se alquilaban directamente a los caldereros de la calle del Tinte. Las mesas, en fin, estaban desgastadas y renegridas por las llamas de los espartos y por el despiece del animal. Por último, cabe precisar que el producto local del la matanza, las “guarras”, nunca han llevado ni cominos ni orégano.
El “gorrinete” del escaparates
Un peculiar y singular reclamo del escaparate de las especias, en tiempo de matanza, era el famoso gorrinete de cartón piedra. Cada año, desde mi infancia, este adorno especial aparecía indicando el comienzo de la época de la matanza del cerdo que extendía su reinado hasta las Navidades.
Quien pasee por la calle Mayor y peine canas recordará, sin duda, aquella vieja y entrañable tienda que cerró sus puertas hace tanto tiempo, Casa Herreros, antigua tienda La Pajarita. La última tienda de estilo Modernista. Hoy desaparecida.
Antonio Herreros Bisquert